Fabián Casas o "El Chico de la Lapicera Reina"


Fabián Casas (der) junto a Washington Cucurto (Ed. Eloísa Cartonera)
El pibe Rumble Fish

En la película de Francis Ford Coppola “La ley de la calle” (Rumble Fish, 1983) Rusty James (Matt Dilon) es un adolescente problemático y hermano del famoso “Chico de la moto” (Mickey Rourke). Su estupidez y desenfreno ponen en riesgo la frágil tregua que rige en el barrio entre ellos y otra banda enemiga. La gran pelea está en marcha.

Entre los guerreros hay uno que por su apariencia no parece ser un eximio street-fighter, sino mas bien un intelectual con anteojos y todo. Este personaje, llamado Steve (Vincent Spano), con su libreta en mano, toma nota de todo lo que sucede, y es en definitiva quien registra los hechos para que luego sean comunicados. Su presencia en el lugar de los hechos le proporciona un estatus dentro de la pandilla, auque no forme parte de la acción propiamente dicha.

Si tuviéramos que hacer un parangón entre Steve y Fabián Casas, diríamos que los dos están y son parte de los hechos que les toca narrar. Sus crónicas delatan y describen lo sucesos cotidianos de primera mano, siendo genuinamente parte de los mismos. Esta autenticidad es el lugar donde radica el verosímil y la coherencia de los relatos: Casas demuestra en cada verso u oración que no habla giladas y que su background es genuino y no inventado.

En su libro de poemas, aquel que recoge a todos ellos bajo el nombre de “Boedo” (Ed. Eloísa Cartonera, 2010), Fabián traza las coordenadas entre el barrio de plazas sin rejas y la literatura académica. Por sus versos, el cantante Joe Strummer hace pogo con Schopenhauer y el barrio es descrito con acciones simples como en el free cinema ingles o idealizadas como en Hollywood.

Su punto de vista recoge, como una lupa, los objetos del lugar que lo rodean y extrae sus esencias, como si fueran un todo de donde poder sostenerse mientras el mundo (o el barrio) entero se modifica, a la velocidad de los negocios y emprendimientos inmobiliarios.

En su universo atómico, construido de pequeñas partes, se cuelan los temas esenciales del ser humano como la muerte que descansa en paz en anécdotas íntimas, el amor que se deshace en la relación cotidiana, y la vida que florece con un beso en la frente a su padre dormido. Todos estos temas son excusas para hablar del mundo, que a cada instante se cuela por la hendija de la ventana de una habitación nocturna, en la sonoridad de un ladrido o en la alarma de un auto que se dispara ante un roce ligero.


Todos los barrios el Barrio

Mi vieja, oriunda de Boedo, me contó, alguna vez, que tuvo una vecina que nuca había salido del barrio. Esta anécdota, que bien podría haber sido contada por García Marquez, se suscribe a la dudosa categoría de “realismo mágico”.

Fabián Casas, en cambio, sí sale de Boedo, pero lo arrastra en una mochila que le cuelga de los hombros. El barrio, para él y para Máximo Disfrute (el personaje de su cuento “El Bosque Pulenta”), es acarreado a cualquier lugar en donde estén. Una marca indeleble que cruza todo el universo literario de Casas, no tanto por las fronteras físicas sino por una forma de ver el mundo, de sentirlo, de entenderlo desde una ética.

El o los jóvenes protagonistas de sus cuentos y poemas no son perfectos, ni bobos, ni idealizados pelotudos. Los pibes que retrata Casas toman Talasa (jarabe para la tos) en la habitación, escuchando a Zeppelin, o juntan banda para cagarse a trompadas en el Parque Rivadavia.

Heredero de Kerouac, Sam Shepard y otros monstruos del parnaso literario, Fabián comprende que desde su aldea se puede contar la historia de la humanidad en pequeños gestos encerrados en cotidianas acciones. El entramado, a la vista del lector, provoca recuerdos ajenos y propios decantándose en aquellos que han sentido al barrio como un lugar de pertenencia. Para ellos las claves están a la vista; para los otros, los extranjeros barriales, cada signo que se extrae de los relatos de Casas es un viaje misterioso al corazón de un pedazo de ciudad, una disección profunda al mismísimo barrio de Boedo. Que bien podría ser el barrio, en forma de retazo, que marca cada etapa del camino de cualquiera, y se cuela en las historias que la misma vida propone (y el barrio dispone). Como esos globos en el techo indicadores de un estado de ánimo, arrojados a la altura para que visualizemos aquello que rara vez se sabe decir pero que se aprende en la vereda, andando en bicicleta, o en la esquina o en el kiosco. El inicio de sabernos parte de algo.


Dónde conseguir sus libros:
http://www.santiagoarcos.com.ar/
http://www.eloisacartonera.com.ar/

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